Flores y Recuerdos.

La oficina de Elara estaba impecable, con la luz del mediodía filtrándose por los ventanales y reflejándose en los muebles de cristal y acero. Los planos de Ravenshire estaban desplegados sobre la mesa, cuidadosamente revisados, mientras ella repasaba los últimos detalles en su laptop.

La tensión era palpable: sabía que Caelan estaría presente en la reunión, aunque no recordara nada de su pasado juntos. Su corazón palpitaba con un nerviosismo que no quería admitir, pero su mente estaba concentrada en mantener la calma y la profesionalidad.

Un clic resonó en la puerta y Elara levantó la vista, preparándose para iniciar la reunión. Un mensajero apareció con un ramo de flores perfectamente arregladas: rosas blancas, lirios y un par de orquídeas.

El corazón de Elara dio un salto. Había una nota, con la letra inconfundible de Dorian Maxwell: “Para iluminar tu mañana y recordarte que no estás sola.” Una sonrisa nerviosa se dibujó en sus labios mientras el color de las flores contrastaba con la tensión en la sala.

Caelan estaba parado en la entrada, observando. Sus cejas se fruncieron apenas un instante y, aunque no comprendía por qué, sintió una punzada de celos. No sabía de dónde venía esa molestia, pero su mirada hacia las flores era intensa, casi protectora.

Elara lo notó, pero mantuvo la compostura: respiró hondo y organizó los papeles sobre la mesa, decidida a no mostrar ningún temblor.

—Muy bien, empecemos —dijo, intentando sonar firme.

La reunión con Vance Corp se desarrolló con tensión creciente. Caelan se mantenía profesional, pero sus ojos se desviaban hacia Elara y, por reflejo, hacia el ramo de flores.

Cada mirada suya encendía un pequeño incendio en el pecho de Elara. Los recuerdos la golpeaban: la frialdad de la madre de Caelan, las humillaciones públicas, las palabras que la hicieron sentirse insuficiente durante años. Pero esta vez no estaba sola; la seguridad que Maxwell le transmitía aún palpitaba en su mente como una cura.

—Estos diseños muestran un gran nivel de detalle, señora Quinn —dijo uno de los ejecutivos, haciendo que Elara se enderezara y respirara con control—. Es evidente que hay mucho trabajo detrás de cada línea.

—Gracias —respondió ella, con voz firme y medida, mientras su mirada se cruzaba con la de Caelan, quien desviaba la suya con un gesto de molestia apenas perceptible.

Al terminar la reunión, mientras los ejecutivos recogían documentos, la tensión no disminuyó.

El silencio se llenó con la llegada de la niñera que traía a Noah. Lo dejó en la oficina, diciéndole que debía irse por un asunto urgente. El niño entró corriendo, ajeno a la carga emocional que flotaba en la habitación.

Elara respiró hondo, aliviada por un momento de normalidad. Sacó el teléfono y marcó a Dorian. Su voz fue ligera, casi juguetona, cuando respondió:

—Maxwell a su servicio, señorita. Supongo que ya recibiste las flores.

—Sí… las recibí —dijo Elara, conteniendo una sonrisa mientras escuchaba la voz cálida y segura del hombre que había comenzado a ocupar un espacio inesperado en su vida—. Me sorprendieron.

—¿Sorpresa agradable o incómoda? —preguntó Dorian, con ese tono que mezclaba sarcasmo y seducción, que la hacía sonrojar involuntariamente.

—Agradable, como los brazaletes —admitió, y por un instante, los recuerdos del viernes por la noche regresaron: la cena, la risa, el paseo por el rascacielos, los brazaletes que él le había regalado a ella y a Noah, los diferentes besos. Una sonrisa escapó de sus labios.

—Sabía que te harían sonreír —dijo él, su voz baja y segura—. Noah ya tiene el suyo, ¿verdad?

—Sí —dijo ella, acariciando el brazalete que descansaba sobre su muñeca—. Le dije que un amigo especial que se lo dejó.

—Un amigo muy especial —replicó Dorian, con esa picardía suave que siempre logra hacerla sonrojar—. Respira hondo, Elara, disfruta de esta tarde, que el trabajo no te consuma. Más tarde nos veremos.

—¿Para dónde vamos?

—Sorpresa.

Colgó, y el silencio volvió a llenar la oficina. Noah había ido al baño, dejándola sola un instante, y ella se permitió el lujo de reflexionar sobre la diferencia entre Maxwell y Caelan: con Dorian, había seguridad, un juego ligero, control y diversión; con Caelan, dolor, humillación y recuerdos imposibles de olvidar.

Antes de que pudiera concentrarse en otra cosa, la puerta se abrió nuevamente y Caelan apareció. Sus pasos eran decididos, casi silenciosos, y sus ojos recorrieron la oficina con intensidad. Se detuvo al ver las flores y frunció el ceño.

—¿Qué es esto? —preguntó, señalando el ramo, su voz cargada de curiosidad y un dejo de celos que ni él comprendía.

—¿Disculpa? —dijo Elara, firme, con la mirada alta—. Nada que deba importarte, mi vida personal no interfiere con mi vida profesional.

Caelan respiró hondo, acercándose lentamente, y su atención se desvió hacia el escritorio donde, minutos antes, había estado Noah. Justo en ese momento, el niño regresó del baño. Sus ojos se iluminaron al ver a Caelan, y éste instintivamente se inclinó hacia él, extendiendo una mano como queriendo tocarlo.

—No, no —dijo Elara, elevando la voz antes de que el contacto fuera posible—. Aléjate de él.

El personal de seguridad apareció casi de inmediato, alertados por el tono firme de Elara. Ella alzó una mano, calmando la situación.

—Todo está bien, pueden retirarse —dijo, respirando con fuerza—. Y tú aléjate de mi hijo.

El silencio se volvió pesado. Caelan miró el brazalete en la muñeca de Noah, luego el suyo idéntico en la de Elara. Sus ojos se abrieron ligeramente, sorprendidos, como si esos pequeños objetos activaran un recuerdo apagado en su interior.

—Esos… —susurró, como intentando entender, su voz baja y cargada de confusión—. Me resultan familiares…

Elara lo observó, conteniendo la mezcla de emociones que la golpeaban: frustración, nostalgia, amargura, y un rastro de algo que todavía dolía.

—Por favor, si no es algo profesional, vete —dijo, con firmeza, mientras se inclinaba para recoger unos documentos—. Este es mi espacio, Caelan. Y mi hijo, mis prioridades.

Caelan cerró los ojos un instante, como luchando contra sentimientos que no podía nombrar, y luego retrocedió un paso. Su mandíbula se tensó, sus manos se cerraron en puños sin que él supiera por qué. La tensión entre ellos era casi palpable, eléctrica. Tardó unos minutos en retirarse.

Elara respiró hondo y volvió a su trabajo, mientras Noah jugaba a su lado, ajeno a la tormenta emocional que llenaba la oficina. Detrás de la fachada de profesionalismo, sabía que Caelan estaba herido, confundido y curiosamente celoso, aunque no podía entender por qué.

Y ella, mientras acariciaba su brazalete, recordaba con una sonrisa los gestos sutiles de Dorian: su presencia firme, su sarcasmo juguetón, la seguridad que le ofrecía sin presionarla, y el peligro oculto en sus intenciones.

La oficina se convirtió en un campo de tensión: pasado y presente chocando en cada mirada, en cada gesto. Noah reía mientras coloreaba cerca de ella, y por primera vez en años, Elara sintió que había un espacio seguro en medio del caos: su hijo y la presencia indirecta de Dorian.

Caelan, a su vez, parecía atrapado entre lo que recordaba y lo que no, con cada fibra de su ser queriendo acercarse sin comprender por qué.

Elara sabía que la próxima vez que Caelan intentara acercarse a Noah, la batalla sería aún más intensa, y que probablemente Dorian estaría allí, envolviendo su vida en un peligroso equilibrio entre protección y seducción.

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