La casa estaba envuelta en un silencio expectante, tan distinto al caos que normalmente reinaba por la presencia de Noah. Estaba frente al espejo de mi habitación, sujetando el borde del lavabo con ambas manos mientras intentaba controlar la respiración.

No recordaba la última vez que había estado tan nerviosa.

Mi reflejo me devolvía una imagen que apenas reconocía: mejillas ligeramente sonrojadas, el cabello suelto en ondas cuidadas, un vestido negro sencillo que dejaba ver mi clavícula, y el brazalete plateado brillando suavemente en mi muñeca. Dorian había dicho que la ocasión sería “especial”, y desde que escuché esa palabra, mi estómago no había dejado de dar vueltas.

—Estás temblando —dijo Nora desde la puerta, con los brazos cruzados y una sonrisa ladeada.

Me giré, intentando parecer tranquila.

—No estoy temblando.

—Claro que sí. Parece que estás por tomar un examen de vida o muerte.

—No exageres —respondí, aunque mi voz no sonó tan firme como esperaba.

Nora se acercó, tomándome