9 - La llegada a Kaelthorn

El viaje se volvió interminable después de mi fallido intento de huída. Habían pasado horas desde que dejamos atrás todo los alrededores que conocía y las últimas luces de los pueblos quedaron enterradas en la distancia. El camino serpenteaba entre montañas y bosques tan densos que apenas dejaban pasar la luz del sol. Cada kilómetro que avanzábamos me arrancaba un pedazo de aire, como si la distancia me encadenara más al destino que me aguardaba.

Yo miraba por la ventana del auto en silencio, observando la vastedad salvaje que se abría frente a mí. Nunca había visto un territorio tan indómito: árboles retorcidos por el viento, ríos que rugían entre piedras como si quisieran advertirme que me marchara, y cumbres nevadas que parecían vigilar desde lo alto. Era un reino inhóspito, frío, demasiado real para una prisionera que había pasado años entre muros y rutinas del internado. Allí, la naturaleza no se doblegaba; imponía respeto, igual que Dante.

Él iba con la misma calma que siempre,
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