La rabia aún hervía en mis venas, un veneno caliente que me nublaba la razón y me tensaba cada músculo. Caminaba por los pasillos altos y fríos de la fortaleza, sin un destino claro, solo con la necesidad de moverme, de escapar del fantasma de sus ojos furiosos y de la verdad glacial que ahora habitaba en mi pecho. Cada paso resonaba en la piedra, un eco de mi propia confusión y furia. Mentirle. Usarla. Seducirla. Las palabras giraban en mi cabeza como cuchillas.
Fue entonces cuando, al girar una esquina que conducía a las bibliotecas privadas, me encontré con un hombre. No era Dante, pero también tenía una presencia que imponía, su autoridad impresa en la postura erguida y la mirada evaluadora. Era Alder Gray, el Beta de la manada. No lo conocía pero lo había visto varias veces. Un hombre de rostro anguloso, pelo castaño peinado con severidad y unos ojos azules tan fríos como un lago helado.
—Señora Selene —dijo, su voz un tono neutro que, sin embargo, logró detenerme en seco—. Me