Al llegar a casa con Oliv me encontré con Massimo en la sala. Lucía cansado, pero se veía de alguna forma radiante, feliz. Una felicidad que solo le había visto expresar el día en que Oliv nació.
Su mirada se enfocó en la niña y ella sonrió al ver a su papá.
—Papi —exclamó extendiendo sus manitas y con cuidado la dejé sobre los brazos de su papá.
—Hola mi pequeña. Que bonita estás con ese vestido.
El estómago se me apretó y me pregunté por qué yo no pude ser la mujer que él necesitaba para ese cuadro de familia soñada que había creado en su cabeza. Por qué no encajaba en él si no había hecho más que darle todo lo que tenía.
Soltando un suspiro él me miró por unos momentos antes de mirar hacia la cocina.
—Filipa, ven aquí por favor.
Cuando nuestra niñera se acercó fruncí el ceño al ver cómo le entregaba a Oliv y la enviaba a dormir a la niña.
—Necesitamos hablar.
Suspirando dejé caer las bolsas con las cosas de Oliv que llevaba y me acerqué hasta el sofá para sentarme.
—¿En qué