La noche de la gala terminó como empezó: con mentiras y sonrisas falsas. Pero no era igual.
Yo no era igual.
Volví a casa con la sangre fría y las manos heladas. Nadie sospechó que me había quedado unos segundos de más en un pasillo oscuro, escuchando cómo el padre de mi hija planificaba arrebatármela para criarla con la mujer que más daño me había hecho en la vida.
Oliv seguía en casa de su abuela. Me sentí aliviada de no tenerla cerca. No quería que me viera así. Tan rota. Tan… peligrosa.
Me encerré en la habitación, me desnudé con calma y dejé el vestido dorado en el suelo. No lo colgué. No lo cuidé. Porque esa noche no era para recuerdos bonitos.
Me miré en el espejo. No lloré. Ya no me quedaban lágrimas. Solo una determinación que no había sentido antes. La de una madre que no dejará que le arrebaten a su hija.
Me senté frente a la computadora y abrí una carpeta que creé en ese instante:
“Plan C: Custodia”.
Sabía que la familia Mancini tenía el poder, los contactos, los abogados. Pero también sabía que los monstruos más grandes dejan rastros. Y yo iba a encontrarlos todos.
Lo primero que hice fue transferir el dinero que tenía ahorrado gracias a Juliette a una cuenta bancaria personal que había abierto en secreto hace un año, cuando ella me entregó un sobre con dinero en efectivo “por si acaso alguna vez lo necesitas”. Ella siempre supo que algo no estaba bien.
Luego, abrí una nueva cuenta de correo con un nombre falso y empecé a buscar abogados fuera de la ciudad. Quería alguien que no tuviera ninguna conexión con la familia de mi esposo. Alguien que no se dejaría comprar.
Mientras todo eso se procesaba, tomé mi teléfono y comencé a recopilar pruebas.
Conversaciones. Fotos. Correos. Contratos. Las citas canceladas de Massimo. Las veces que no llegó a casa. Capturas de pantalla de su calendario.
Todo.
Hasta esa foto que alguien tomó en la gala de Danna y Massimo bailando demasiado juntos. Que ya había empezado a circular en redes sociales, acompañada del título:
“El futuro de los Mancini: poder, amor y legado.”
Y allí estaba yo. Borrosa al fondo, sin nombre. Sin historia.
Esa noche tampoco pude dormir y Massimo nunca llego a casa. Y supe sin siquiera necesitar alguna prueba, que el habia pasado la noche con Danna.
A la mañana siguiente recibí una llamada de Juliette.
—¿Puedes venir a la casa? Quiero hablar contigo, querida. Con calma.
Acepté. Y me presenté con una serenidad fingida que me había costado toda la madrugada construir.
Juliette me recibió con una bata de seda color crema, el cabello perfectamente peinado y una mirada que parecía ver más de lo que decía. Me ofreció té, como siempre. Pero esta vez, no era cortesía. Era refugio.
—Te escucho —dijo suavemente, sentándose frente a mí —he estado recibiendo información de ciertos rumores que no voy a permitir que sucedan. No es que me quede mucho poder desde la muerte de mi esposo, pero seamos honestas, esa niña necesita a su madre y haré lo que esté en mis manos para que así sea.
—Anoche… —respiré hondo— escuché a Massimo y a Danna. Estaban en uno de los pasillos. Besándose. Planeando quedarse con Oliv. Hablaron como si yo fuera una sirvienta que cumplió su función.
Ella cerró los ojos y asintió. No parecía sorprendida. Triste, sí. Pero no sorprendida.
—Sabía que algo estaba mal. Cuando Massimo comenzó a evitarte, cuando Danna reapareció fingiendo que todo estaba perdonado… —hizo una pausa— Mi hijo no siempre fue así, Liana. Pero hace años que dejó de escuchar. De respetar. De sentir empatía. Las cosas que tu hermana lo ha hecho atravesar desde que eran jóvenes han hecho que se ciegue a cualquier otro sentimiento que no sea la soberbia y la obsesión que Danna ha ocasionado en su vida.
—Me va a quitar a mi hija —dije, por fin, en voz alta. Y el decirlo fue como tragar vidrio. Me importaba ya poco lo que él y Danna habían vivido, esto ahora se trataba de mi hija, de un pedazo de mi.
—No —dijo firme— No si puedo evitarlo.
La miré, confundida. Ella se levantó, fue hasta un pequeño escritorio, y sacó un sobre sellado.
—En el testamento hay una cláusula que solo funciona si clamas a ella, tu como madre de Oliv y la esposa que proporcionó la apertura de la herencia. Tienes derechos. August sabía que Danna sería la perdición de Massimo.
Dijo apenada.
—En la cláusula si compruebas que Massimo te ha sido infiel, puedes quitarle la mitad de la herencia y serias testaferro de Oliv hasta que cumpliera la mayoría de edad, es decir, que eres dueña de la mitad de la fortuna Mancini.
Lo tomé, temblando.
—¿Por qué guardaste esto?
—Porque siempre supe que Massimo no te merecía. Pero sabía también que tú ibas a ser la única mujer que lo enfrentaría de verdad. Quería darte algo que te protegiera… cuando llegara el momento.
Me eché a llorar. No pude evitarlo. Juliette se sentó a mi lado y me abrazó sin decir nada.
—Te voy a ayudar —me dijo al oído—. Pero tienes que ser más inteligente que ellos. No los enfrentes aún. Haz que bajen la guardia. Y cuando menos lo esperen… les quitas todo.
Cuando pude calmarme y fingir que ya no acontecía nada, subí hasta la alcoba de Oliv y sonreí en dirección hacia mi pequeña que se encontraba en el suelo jugando con sus juguetes.
—Mami —dijo apenas con su vocecita apenas entendible.
Sin dudarlo me lancé al suelo y la abracé, sintiendo su calor, su olor, su inocencia.
Ella no sabía lo que su padre había dicho. No sabía que había sido una herramienta para conservar un apellido.
Y no iba a saberlo nunca.
Porque yo iba a protegerla.
Ya no me importaba ser la esposa perfecta. Ni la nuera complaciente. Ni la figura discreta.
Ahora era solo una cosa:
Una madre. Y una madre no se rinde.