Capítulo 3

El reloj marcaba casi las seis de la mañana cuando escuché el chirrido de la puerta cerrándose. Massimo ya se había marchado. No subió a la habitación. No se disculpó. No intentó explicarse más allá de lo que ya había dicho.

Por primera vez en años, el silencio en la casa no me dolía. Se sentía… útil. Necesario.

Fui a mi habitación y me duché con calma. De algún modo, el agua caliente me devolvió una parte de mí. No a la esposa sumisa. Ni a la madre agotada. Sino a la mujer que llevaba años dormida bajo la piel.

Después, mientras secaba mi cabello frente al espejo, sonó mi celular. Era un mensaje de voz de la madre de Massimo.

“Hola, querida. Solo quería asegurarme de que estés bien. Oliv durmió como un ángel. Esta mañana le preparé sus pancakes favoritos y ahora estamos pintando juntas. Tómate el día con calma. Sé que anoche fue especial para ti.”

Su voz era dulce, como siempre. La única de esa familia que alguna vez me trató como a una persona y no como a una pieza en su juego.

Respondí con un mensaje corto, agradeciéndole y pidiéndole que la cuidara un poco más de lo previsto. No podía decirle la verdad aún. Ni a ella… ni a nadie.

Abrí el armario y pasé los dedos por los vestidos ordenados por colores suaves. Beige, marfil, arena. Todos colores neutros. Todos pensados para no resaltar. Para no incomodar. Para no opacar a Danna.

Siempre me vestí así en los eventos familiares. Siempre me esforcé por ser invisible.

Pero hoy no.

Hoy asistiríamos a la gala benéfica en honor a la fundación del padre de Massimo, como cada año. Un evento exclusivo donde cada gesto era observado, cada detalle juzgado, cada pareja escaneada por la alta sociedad.

Y por supuesto, Danna estaría allí. La hija favorita. La brillante, hermosa y perfecta Danna. La que se fue cuando más la necesitaban y regresó para reclamar lo que supuestamente era suyo.

Me senté frente al tocador y me miré. Tenía veintidós años. Veintidós. Y sentía que había vivido una vida entera en tres años de matrimonio.

Saqué una caja que estaba al fondo del armario. Dentro, entre papeles viejos, estaba el vestido dorado que había comprado hace mucho tiempo y nunca usé. Tenía escote, espalda descubierta, y una caída suave que abrazaba el cuerpo como si estuviera hecho de luz líquida.

Lo sostuve frente al espejo y me vi a través de los ojos de todos los que irían a esa gala.

No sería invisible esta vez.

Horas después, la casa estaba en completo silencio. La cena de la noche anterior seguía en la cocina, fría y abandonada. No tenía fuerzas para recogerla, así que simplemente cerré la puerta del comedor.

Considerando la situaciòn de anoche, Massimo Probablemente estarìa creyendo que me quedaría en casa esta noche, pero no iba a permitir que comenzaran a debilitar mi imagen antes de siquiera comenzar la pelea.

Subí al coche con el vestido puesto y el cabello suelto, cayendo en ondas suaves. Maquillaje sutil, pero elegante. Pestañas largas. Labios rojos.

Cuando llegué al salón del evento, los flashes de las cámaras comenzaron a parpadear. No por mí, claro. Sino por la llegada de los miembros del directorio, de los políticos, de los socios importantes de la familia Mancini.

Pero a cada paso que daba, sentía las miradas deslizándose hacia mí. Algunas con sorpresa. Otras con admiración. Algunas, incluso, con celos.

Y luego la vi.

Danna.

De pie junto a Massimo, vestida con un conjunto blanco entallado, el cabello recogido en un moño elegante. Radiante. Sonriente. Dueña del lugar.

Verla generó un impacto en mi que no esperaba. Después de todo, la mujer era mi hermana y aunque mi crianza había sido un infierno debido a ella, habían pasado dos años desde la última vez que la vi.  

Los ojos de Massimo se posaron en mí como si no pudiera entender lo que veía. Como si, por un segundo, se preguntara si era realmente yo y esa mirada de incredulidad me trajo de vuelta a tierra recordándome mi misión de esa noche. 

—Liana… —murmuró cuando me acerqué.

—Buenas noches —dije con cortesía, mirando a ambos con una sonrisa tan perfectamente falsa como las que había aprendido a usar en este círculo social.

—Hermanita, ha pasado mucho tiempo. No recuerdo que fueras tan atrevida, el embarazo te sentó bien —fue todo lo que dijo Danna, sin poder disimular del todo la incomodidad en su tono.

—Gracias —respondí— Ha sido mucho tiempo de ausencia, creo que tendrás que ponerte al día.

No esperé que me invitaran a su conversación. Me dirigí directamente al anfitrión de la noche, el alcalde, con quien charlé educadamente, como la esposa del heredero que aún era.

Massimo me observaba desde lejos. Lo sentía. Sabía que no comprendía qué estaba pasando. Y mejor así. Que pensara que me estaba rindiendo… mientras yo tejía en silencio mi próxima jugada.

Porque esta vez no sería la víctima.

Y esta vez no dejaría que me arrebataran lo que más amaba sin pelear.

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