El sonido de la puerta al cerrarse fue suave, casi culpable. Los pasos de Massimo, medidos. Sabía que estaba entrando tarde. Sabía que yo lo había estado esperando.
Armándome de valor me puse de pie y solté un suspiro pesado antes de enfrentarme de una vez por todas a Massimo. Había callado demasiado tiempo, esta vez era momento de escuchar la cruda realidad de su propia boca y no por los susurros de todo el mundo y mis propias especulaciones.
Necesitaba saber en donde quedábamos mi hija y yo ahora que Danna había decidido regresar.
Con pasos silenciosos bajé las escaleras de la mansión a oscuras, intentando que no notara mi presencia todavía .
Cuando me volví a la sala, lo vi allí, quitándose el abrigo, con ese gesto ensayado de hombre cansado que intentaba fingir normalidad.
—¿Dónde estabas? —pregunté con voz baja, pero firme.
Massimo se tensó. No me miró de inmediato. Solo se acomodó el cuello de la camisa y dejó las llaves sobre la consola de la entrada.
—No es hora para interrogatorios, Liana —murmuró.
—¿Estabas con ella? —di un paso hacia él con la voz rota — ¿Estabas con Danna?
El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier respuesta. Massimo se pasó una mano por el cabello y, por primera vez en años, me miró con los ojos bien abiertos, sin fingir.
—Sí — dijo simplemente —Fui a verla. Necesitaba hablar con ella.
—¿Y era tan necesario que me dejaste plantada en nuestra noche de aniversario?
—Solo se dio el momento y la oportunidad, lamento que haya sido a costa de este día, pero era algo que no podía dejar pasar.
—No es justo, Massimo, no fue justo lo que me hiciste hoy.
—Sabes lo que significa ella para mi y las cosas no terminaron bien, solo quería disculparme, que me perdonara por lo de años atrás.
—¿Y lo logró? ¿Te perdonó? —cuestioné con la voz en un hilo.
Él desvió la mirada, como si la culpa no supiera dónde esconderse. Pero ya no me importaba su incomodidad.
—Lo hizo, ¿verdad? —insistí, sintiendo cómo mi corazón se rompía sin hacer ruido —Te perdonó y ahora están juntos de nuevo.
—Liana, no tienes idea de lo complicado que es esto…
—No —lo interrumpí, dando otro paso hacia él—. Lo complicado fue casarme contigo sabiendo que amabas a mi hermana. Lo complicado fue tener una hija tuya cuando sabía que nunca tocarías mi cuerpo otra vez. Lo complicado ha sido fingir por tres años que esta familia es real. Así que, no. No me digas que esto es complicado.
Massimo cerró los ojos, exhaló con fuerza, como si algo dentro de él se quebrara. Sus ojos se clavaron en los míos y soltó las palabras más frías y dolorosas que alguna vez me haya dicho, pero no había sido más que la simple verdad.
—Nunca te amé, Liana. Nunca quise esto. Nunca debí casarme contigo y ahora me arrepiento cada día de mi vida de haberlo hecho.
La frase me golpeó como un puño en el pecho, aunque ya la había escuchado mil veces dentro de mi cabeza. Escucharla en voz alta, sin filtros ni edulcorantes, fue distinto. Era la sentencia final. La confirmación de lo que ya sabía pero me negaba a aceptar.
—¿Y nuestra hija? —susurré —¿Tampoco la querías?
—No es eso —masculló él, en tono cortante —Amo a Oliv. Pero no puede seguir creciendo en esta mentira. No voy a permitir que viva entre dos personas que ni siquiera se soportan. Ella merece una familia de verdad.
—¿Una familia contigo y con Danna? —espeté con los ojos húmedos —¿Eso es lo que planeas?
Massimo me miró directo, sin rastro de remordimiento.
—Danna quiere criarla conmigo. Lo hemos hablado. Será mejor para todos. No tienes que involucrarte más, Liana. Puedes rehacer tu vida, si es que eso es lo que deseas.
Lo hemos hablado…
Mi garganta se cerró. No podía respirar ¿Rehacer mi vida? ¿Después de que me la arrebataran por completo? ¿Después de entregarme por completo a un hombre que solo me había usado para conservar su herencia?
—No me quitarás a mi hija —le dije en voz baja, temblando —No mientras yo siga viva.
—Liana… no quiero hacer esto más difícil. Tú sabías a lo que venías. Sabías que esto era temporal. Tú misma prometiste…
—¡Tenía diecinueve años cuando me obligaron a casarme contigo! ¡Ni siquiera sabía lo que estaba firmando! —grité, por primera vez soltando el dolor que había reprimido por años—. Pero lo hice… y cumplí. Te di una hija. Te cuidé. Protegí tu nombre, tu casa. Y aun así… ¿tienes el descaro de querer arrebatarme a lo único que me queda?
Massimo retrocedió, sorprendido por la fuerza de mi voz. Pero yo ya no era la niña sumisa que se casó con él en silencio. Algo había despertado dentro de mí, tal vez el miedo iracundo a perder a mi hija.
Me limpié las lágrimas, me acerqué lentamente y lo miré a los ojos con una frialdad que nunca antes había usado.
—Haz lo que tengas que hacer. Si Danna quiere jugar a la mamá perfecta, adelante. Tienen todo el dinero del mundo para intentar comprar lo que les falta. Pero no vas a quitarme a Oliv. Nunca.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Huir? —preguntó con sarcasmo y una soberbia que me lleno de un valor que no sabia que poseía.
—No —respondí, con una sonrisa vacía—. No voy a huir. No tengo por qué hacerlo. Esta sigue siendo mi casa. Tú y yo aún estamos casados. Oliv nació dentro de este matrimonio y la ley está de mi lado. Pero si crees que me vas a arrinconar como hicieron todos los demás… te equivocas.
Me di la vuelta, con el corazón latiendo desbocado, y subí las escaleras lentamente. No derramé ni una lágrima más frente a él. No esta vez.
Esa noche, mientras lo escuchaba moverse por la planta baja, tomé papel y lápiz. No para escribir una carta de despedida, sino para comenzar a planear. No iba a quedarme a esperar que me quitaran todo. Esta vez iba a decidir yo. Si bien él no me amaba y eso destrozaba mi corazón, debía pensar en Oliv, mi hija. No había forma en esta tierra de que la entregara para que mi hermana la criara, una mujer sin consideración alguna por nadie. Oliv no había crecido en sus entrañas, ella nunca entendería el amor que sentía por mi hija. Ni siquiera intentaría entenderlo.
Pensé en los documentos. En la cuenta bancaria que la madre de Massimo me había ayudado a abrir a escondidas, diciendo que algún día iba a necesitar algo solo mío. Pensé en los contactos que tenía, en una ciudad lo suficientemente lejos como para empezar de nuevo. Pero no ahora. No aún.
Lo dejaría creer que me estaba rindiendo. Que estaba dispuesta a hacerme a un lado.
Pero mientras más él bajara la guardia… más fuerte sería mi golpe final.