Capítulo 35. Solo mía.
La fachada de nuestra nueva casa en Florencia parecía sacada de una película italiana.
Era de piedra clara, con contraventanas verdes y buganvillas trepando por los balcones. Gaspar estaba de pie frente a la puerta, con las llaves en la mano, como si me estuviera regalando algo más que un techo.
—Es nuestra —dijo, mirándome como si esa palabra fuera un voto.
Dentro, el mármol claro reflejaba la luz cálida de la tarde. Las paredes respiraban historia: frescos antiguos cubrían los techos y cada ventana daba a un jardín donde el aroma del jazmín parecía esperarnos.
La terraza principal ofrecía una amplia vista del río Arno, y el Ponte Vecchio se recortaba contra un cielo anaranjado.
Gaspar me observaba mientras recorría cada rincón. Sabía que no me miraba a mí, sino a la casa.
—¿Te gusta? —preguntó acercándose por detrás.
—Es... perfecto —respondí, todavía fascinada.
—No, perfecto eres tú aquí dentro.
Me dio la vuelta, tomándome la cara entre las manos, y me besó con una calma que en él