AMBER PIERCE
El comedor era enorme y estaba lleno de comida, un banquete que parecía excesivo para solo dos personas. Todo olía delicioso, pero no tomé nada.
—¿Piensas hacer una huelga de hambre? —preguntó Anthony recargando su mejilla en su puño, viéndome fijamente—. Nada está envenenado, no tiene sentido, te quiero amar, no matar.
Levanté la mirada hacia él mientras cortaba un pedazo de su filete. Posé ambas manos en mi abdomen, moría de hambre y estaba salivando, pero no me pondría en riesgo a mi y a mis bebés. Entonces Anthony mordió el pedazo de carne en su tenedor y después me lo acercó, demostrándome que podía comerlo con confianza.
Le arrebaté el tenedor, ni loca comería de su mano. Devoré sin importarme si me manchaba o perdía la elegancia, entre más desagradable, mejor.
—Amber… —susurró Anthony queriendo inclinarse hacia mí, entonces bajé el tenedor con todas mis fuerzas hacia la mesa, encajando los dientes de metal y marcando un límite—. No soy tu enemigo.
—Me secuestr