JAZMÍN HERRERA
Tomé la foto con brusquedad para verla más de cerca, y deslicé los dedos por el frío cristal. Entonces la penumbra que solo había sido alumbrada por el fuego de la chimenea desapareció por completo. Dylan había encendido las luces. Su rostro no era el de siempre, pícaro y desinteresado.
—Esta niña es Amber —susurré señalándola en la fotografía, mientras él asentía endureciendo cada vez más su gesto—, y este eres tú. ¿Son…?
Dejé las palabras flotando en el aire, sin fuerzas para pronunciarlas yo misma.
—Mi hermana —contestó encogiéndose de hombros—. Supongo que ahora entiendes porque no podía verla como algo más.
—¿Qué fue lo que ocurrió? —pregunté acercándome a él con curiosidad, pero ahora él era quien parecía incómodo y tal vez dudando si fue buena idea traerme y mostrarme su pasado.
Negó con la cabeza, me tomó de la mano y me llevó hacia las escaleras dobles. Yo lo seguí en silencio, no quería presionarlo con mis preguntas y que se cerrara por completo o tal vez