BYRON HARRINGTON
Grité a todo pulmón mientras acomodaba a Amber sobre la cama y de inmediato escuché el movimiento presuroso de mis sirvientas.
¿Por qué se había desmayado? ¿Había colapsado de dolor, de estrés o por miedo? ¿Había sido mi culpa?
Me senté a su lado esperando que abriera los ojos, que me dijera algo, pero ella seguía inconsciente con una respiración suave y acompasada como si estuviera durmiendo. Quise tomar su mano, pero terminé apoyando suavemente la mía sobre su vientre y una idea me cruzó por la cabeza.
¿Sería demasiado pronto para sospechar que estaba embarazada?
¿El tratamiento de fertilidad que había hecho pasar por sus pastillas anticonceptivas había funcionado?
—¿Señor Harrington? —preguntó la sirvienta, angustiada, asomándose por la puerta—. El doctor llegó.
Me levanté de la cama, aún sintiendo el calor de Amber en mi palma, llenándome la cabeza con más preguntas que respuestas.
El doctor entró presuroso, acompañado de una enfermera, lo supe por la diferenc