Eric entró a la oficina de Elara y la puerta se cerró tras ellos, dejando fuera el murmullo de los empleados. La oficina, con sus paredes de cristal y diseños de moda esparcido. Elara le ofreció una silla, pero él prefirió quedarse de pie, su mirada recorriendo los bocetos de las prendas que adornaban las paredes.
—Elara, el lugar es impresionante —comenzó Eric, con un tono que no era de simple cortesía, sino de genuina admiración—. Tienen un gusto exquisito.
—Gracias, Eric. Nos esforzamos por eso —respondió ella, con una sonrisa de orgullo—. Pero, ¿por qué la urgencia de hablar en privado? Creí que podríamos conversar del proyecto en una reunión de equipo más adelante.
—Sí, ese es el punto. Quiero hablar del proyecto, pero en particular de una persona —dijo Eric, girándose para mirarla de frente. Su expresión era seria, decidida—. No quiero un equipo. Quiero que Bianca se encargue del proyecto de principio a fin. Ella sola.
Elara parpadeó, la sorpresa evidente en su rostro. Se rec