Con el poco valor que le quedaba, Bianca se alejó, buscando la distancia como un refugio desesperado. Se apoyó contra la pared, tratando de recomponerse, pero su corazón seguía latiendo con la fuerza de un tambor de guerra. La respiración se le entorpecía, el aire parecía negarse a entrar en sus pulmones. A pesar de la distancia física, se sentía acorralada, vulnerable, como un ratón en la jaula del gato.
Eric, por su parte, tomó una profunda bocanada de aire, una calma que contrastaba con el caos interno de ella. Con toda la tranquilidad del mundo, se sentó en la silla giratoria de Elara, su mirada intensa y dominante. Se recostó en el respaldo, con los brazos cruzados sobre el pecho, dejándole saber sin palabras que él era quien mandaba allí. Entonces, con un gesto de la mano, la señaló.
—¿No piensas decirme nada sobre esa noche? —preguntó, su voz un eco hueco en la oficina.
Bianca lo miró con furia.
— ¿Cuál es la razón por la que quieres que hable sobre eso si al fin y al cabo ni