El reloj digital en la mesita de noche brillaba con una luz tenue: las diez de la noche. Bianca se disponía a conciliar el sueño, el eco del desfile aún vibrando en su mente, cuando un pensamiento la asaltó con la fuerza de un rayo: ¡los regalos para Olivia y Henry! Con la vorágine del evento y la impactante conversación en el baño, había olvidado por completo su promesa.
Afortunadamente, la hora no era excesivamente tardía. Un impulso repentino la llevó a levantarse de la cama. Nueva York, incluso de noche, ofrecía un sinfín de posibilidades. Decidió salir del hotel en busca de una juguetería.
El frío en la ciudad era cortante, un viento gélido que se colaba por cada resquicio. Bianca se abrigó con su mejor abrigo, envolviéndose en la tela gruesa como en un capullo protector. Mientras caminaba por las calles iluminadas, el pasado se cernía sobre ella como una sombra. Cada esquina, cada edificio, parecía evocar fragmentos de una vida anterior.
Sin embargo, se obligó a mantener el rum