El aire del nuevo departamento en Nueva York era distinto, imbuido de una promesa de futuro. Bianca entró por primera vez, seguida de cerca por Olivia y Henry, y se quedó gratamente sorprendida. El espacio era luminoso, lujoso sin rozar la ostentación, y transmitía una sensación de amplitud y confort.
Las enormes ventanas ofrecían vistas espectaculares de la ciudad, un tapiz urbano que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Los niños, por su parte, estaban visiblemente contentos, sus pequeños rostros reflejando el asombro. En ese instante, Bianca supo que había tomado la decisión correcta; el cambio había sido una jugada maestra, excelente tanto para ella como para sus hijos.
Henry y su hermanita Olivia miraron todo el lugar con ojos desorbitados, casi sin aliento.
—¡Mamá, este lugar es muy bonito! —exclamó Henry, mientras Olivia añadía con igual entusiasmo: —¡También me gusta mucho, mamá!
Bianca se acercó, se inclinó hasta quedar a su altura y les sonrió con ternura.
—Me alegr