Los días se habían fundido en una suave rutina, y Bianca comenzaba a acostumbrarse a su nuevo hogar.
La habitación ya no se sentía ajena; poco a poco, los contornos de la cama, la textura de las sábanas, la vista desde la ventana se volvían familiares, reconfortantes.
La atención de Lorena seguía siendo el apoyo constante que necesitaba para su recuperación, un bálsamo en un proceso tan difícil. Tener a alguien que la apoyara de tal manera era un privilegio, algo que anhelaba desde hacía mucho tiempo, pero que irónicamente solo había encontrado después de atravesar una montaña rusa de momentos tan complicados en su vida.
Esa mañana, Bianca despertó con una sensación de ligereza inusual. Se levantó de la cama, tomó una ducha tibia que relajó sus músculos adoloridos y se vistió con ropa cómoda, una de las tantas prendas que Lorena le había comprado. Bajó a la planta baja, esperando encontrar a Lorena en la mesa del desayuno, como de costumbre.
—¡Buenos días, Lorena! ¿Cómo has dormid