La mañana en la oficina de Eric comenzó como cualquier otra. Daniela, su asistente, ingresó con su habitual timidez, una silueta nerviosa frente a la imponente figura de su jefe. Se acercó al escritorio, una invitación dorada en la mano.
—Buenos días, señor —comenzó Daniela, su voz apenas un susurro. —Le he traído una invitación y quiero que la vea.
Eric la aceptó, sus dedos largos y finos rozando el papel elegante. Sus ojos azulados recorrieron el texto con una rapidez calculadora.
—Así que esto se trata de una gala benéfica —dijo, su tono monótono, teñido de un ligero fastidio—. Otro evento más al que debo asistir sí o sí, ¿no es así?
Daniela asintió con la cabeza, sus ojos fijos en el suelo.
—Sí, señor. Será bueno para la compañía que usted esté presente. Eso dará una buena imagen de usted, así que sí, será adecuado que asista.
Eric resopló desde su lugar, la invitación elegantemente escrita en papel dorado se sentía pesada en su mano. Todo en ella era perfección—una perfecci