Lorena leía en voz alta un artículo sobre jardinería, su voz monótona y suave, intentando llenar el silencio que a veces le parecía ensordecedor. De repente, sintió un ligero movimiento. No estaba segura de si era su imaginación o una señal real. Detuvo la lectura y miró a Bianca. Y entonces lo vio. Los dedos de la mano que sostenía aletearon débilmente, un susurro de vida en medio de la quietud. El corazón de Lorena dio un vuelco.
—¡Bianca! —exclamó, con la voz ahogada por la emoción.
En ese mismo instante, los párpados de Bianca se agitaron. Lentamente, con un esfuerzo visible, se abrieron, revelando unos ojos turbios y confusos que parpadearon ante la luz. Estaba aturdida, su mirada vagaba por la habitación como si intentara descifrar un enigma. Un jadeo se escapó de sus labios, y un temblor recorrió su cuerpo. La sorpresa, el shock de despertar en un lugar desconocido, la abrumó.
Los monitores, hasta entonces rítmicos y calmados, comenzaron a sonar con una urgencia ensordecedora.