Bianca levantó la mirada, sus ojos aún velados por el cansancio y el shock, y se encontraron con los de Lorena. La duda y el miedo se reflejaban en ellos. La sola mención de la policía le había traído de vuelta la punzada de aquel horror, el frío del asfalto, la voz cruel de esos hombres. Negó con la cabeza, una lágrima solitaria deslizándose por su mejilla.
—Sinceramente, no creo que pueda hacer eso —dijo, su voz apenas un susurro tembloroso—. Me siento demasiado indecisa, demasiado confundida. No sé quién me hizo eso, no tengo idea de qué persona quería matarme. No sé nada. Y creo que escarbar en ese asunto sería demasiado fuerte para mí ahora. Estoy en una posición difícil, la verdad. No creo que pueda hacerlo.
Lorena la miró con pesar. Comprendía el tormento de Bianca. Era natural querer huir de tanto dolor, de tanto trauma. Pero no podía simplemente dejar las cosas así. Alguien había intentado asesinarla, y había dos vidas inocentes en juego. La justicia debía prevalecer.
—No cre