Los días se arrastraban lentos y pesados en el Hospital Bianca yacía inmóvil en la cama, su cuerpo una frágil silueta bajo las sábanas blancas, conectada a una maraña de tubos y monitores que zumbaban con una monotonía inquietante.
Habían pasado ya casi cinco días desde aquella noche infernal en la autopista, y el silencio de su habitación solo era roto por el constante pitido de las máquinas, un recordatorio persistente de su batalla por la vida.
Lorena se había convertido en su sombra. Aunque era una completa desconocida, una fuerza invisible la impulsaba a estar allí. El eco de los disparos y la imagen de Bianca tendida en la oscuridad se habían grabado a fuego en su mente. No podía, simplemente no podía, dejarla sola.
Cada mañana, sin falta, Lorena se presentaba en la recepción, preguntando por "la joven de la autopista". Se había hecho cargo de los gastos médicos iniciales, de todo lo que implicaba el cuidado de una persona sin familia visible. Los enfermeros y médicos la miraba