Vivian caminaba de un lado al otro en la habitación, sus pasos resonando en el silencio tenso. Su marido, Bruno, era consciente de lo preocupada que estaba su esposa después de todo lo que había acontecido. Se acercó a Vivian y trató de calmarla, de serenar esa mirada verde tan intensa que tenía.
La mujer, con los ojos llenos de ira y tristeza, miró a los ojos miel de Bruno.
—¡Ni siquiera me digas que me calme porque no puedo hacerlo! —exclamó, su voz apenas contenida—. No sabes lo decepcionada y lo triste que estoy por todo lo que pasó. No creí que nuestra hija sería capaz de hacer algo así, realmente no creí que ella se acostaría con cualquiera y terminaría haciéndonos pasar vergüenza, somos el hazmerreír de todos. ¿No crees que ya nuestros nombres y nuestros apellidos, incluso nuestra reputación, están manchados ante la familia Harrington? ¡Eso es demasiado vergonzoso! No sé ni cómo vamos a salir de esto sin consecuencias.
Bruno trató de darle un giro positivo a la situación, busca