Eric abrió los ojos lentamente esa mañana, sintiéndose apresado por un terrible dolor de cabeza que palpitaba en sus sienes. En ese momento, se arrepintió de haber bebido demasiado, pero ya era tarde. No había más nada que hacer más que aliviar ese dolor. Con un gemido, se levantó de la cama y se dirigió a la cocina. Abrió la nevera y sacó una bebida isotónica, de esas que prometen rehidratar el cuerpo y reponer electrolitos. La bebió de un trago, esperando que hiciera su magia.
Se dirigió al baño, se cepilló los dientes con una fuerza excesiva, como queriendo borrar cualquier rastro de la noche anterior. Tomó una ducha fría que lo espabiló un poco y se preparó para el día. Aunque estaba realmente fatigado y no tenía ánimo de ir al trabajo, de hacer algo productivo, no podía darse el lujo de faltar. Así que simplemente se obligó a sí mismo a hacer lo que debía hacer: cumplir con su deber.
Recordó la noche anterior, la conversación que sostuvo con su abogado. O, mejor dicho, la orden q