— ¡Elián!
Ania corrió hacia la camilla en la que descansaba su hijo, medio somnoliento, con una intravenosa conectada en la pequeña vena de la mano.
Ella lo tocó, lo revisó, lo besó, tomó la manito libre de su pequeño hijo, al tiempo que, con los ojos apenas entreabiertos, el niño sonrió cuando vio a su madre y al instante, volvió a caer dormido.
— ¿Cómo está? ¿Está bien? — Preguntó Ania a Ezequiel, quien estaba a un lado, acompañando al niño.
— Ya le bajó un poco la fiebre, pero aun el doctor no ha dicho nada… — Murmuró Ezequiel y al voltear, vieron al doctor de guardia pasar.
— ¡Doctor! ¡Doctor! — Ania corrió hacia médico. — Soy la madre de Elián, el niño que trajeron con fiebre, ¿Qué…? ¿Qué le pasa? Mi hijo nunca se ha enfermado más que con algunos resfríos, ¿Qué tiene? ¿Cómo está él?
— Ah, usted es la señora Anderson, ¿No? — Dedujo el doctor y Ania asintió. — Señora, por lo que me contó el señor Ezequiel, el niño tenía fiebres recurrentes y otros malestares anteriormente,