— ¿Y dónde está Álvaro ahora? ¿Sabe usted dónde puedo encontrarlo? — Preguntó Ania, llena de ansiedad, al principio la enfermera negó, pensativa, pero luego susurró.
— Solo escuché que el doctor abrió un pequeño consultorio particular en un pueblito a las afueras de la ciudad. — Comentó la enfermera como si se tratara de un secreto.
«Algún día te buscaré» Sopesó Ania, al recordar a su amigo.
En ese instante, en la blanca y pulcra habitación de la clínica, lo único que importaba era ese cuerpo pequeño, tendido entre sábanas estériles, ardiendo por dentro, mientras que Ania lo observaba llena de impotencia.
Una doctora de voz pausada y ojos transparentes entró mientras revisaba una carpeta, sus palabras fueron precisas.
— Necesitamos una biopsia de médula ósea. Las células sanguíneas del niño están desapareciendo muy rápido… Como si su cuerpo hubiera dejado de fabricarlas.
— Señora… — Ania se acercó a la doctora. — ¿Hay algo más que yo pueda hacer para ayudar a mi hijo? Por favor,