CAPÍTULO 39

Vanessa

No se me pasó desapercibido observar a Daniel en una esquina. ¿Había venido solo a jugar, nada más? No lo creo. Sin embargo, le comenté a Dorian que no era necesario cerrarle la puerta; al final, este era un club abierto al público. Pero, de mi parte, estaba decidido: no volvería a trabajar aquí. Por imbécil, por su estupidez, según él, me abrío la puerta hacia el infierno, pero yo se que con Dorian, nada era un infierno: era un paraíso.

Lo vi caminar en mi dirección. Por suerte, no estaba tan cerca de Dorian, porque de haberlo estado, mi esposo le habría partido la cara sin pensarlo. Daniel me miró con arrogancia y me lanzó un comentario sarcástico:

—Ahora te crees la dueña de todo esto, ¿no?

—Sí, lo soy. Lastimosamente para ti, soy la dueña de todo esto porque así me lo ha confirmado mi esposo —respondí encogiéndome de hombros y mirándolo con indiferencia.

Él soltó una risa seca.

—Vaya… resultaste ser un buen juguete.

Fruncí el ceño y lo miré con burla, desafiando su tono.

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