Vanessa
Despertar en plena madrugada para meterme bajo una ducha helada fue, sin duda, el peor castigo que he vivido en mi vida. Sentía que mi piel se desgarraba con cada gota de agua fría que caía sobre mí. Aún me cuesta entender de dónde saca tanta energía Dorian, si anoche apenas durmió un par de horas.
Después de secarme, me puse las licras nuevas que él mismo me había comprado, junto con unos guantes, una camiseta ligera y unos tenis cómodos. Apenas terminé de vestirme, él me tomó de la mano y me llevó por uno de los pasillos de la mansión. Esta casa es tan inmensa que todavía no termino de recorrerla toda. Para mi sorpresa, nos detuvimos frente a un salón enorme: era un gimnasio completo, con todo tipo de máquinas, pesas, tapetes y hasta un ring de boxeo.
—¿Aquí vamos a entrenar para matar? —pregunté con cierta esperanza.
Dorian negó con la cabeza.
—El primer paso es que hagas ejercicio durante una semana. Luego iremos con algo más fuerte… Una parte será aquí, pero la otra será