Dorian
—Señor… escúchame, por favor.
Escucho a Gregorio hablarme, pero su voz suena lejana, como si viniera desde el fondo de un túnel. Mi mente está nublada. Un vértigo insoportable me sacude y no puedo reaccionar. Mis labios están entumecidos, como si ya no me pertenecieran. Intento controlarme, pero cada movimiento me cuesta el doble.
Le hice daño a Vanessa… mi Vanessa. ¿Cómo pude hacerlo? Las pastillas no están surtiendo efecto, lo sé. Siento que voy a perderme de nuevo, que esa otra parte de mí está al acecho. Necesito un médico… ahora mismo.
—¿Dónde está ella? —pregunto con la voz rota.
—En la otra habitación —responde Gregorio, tenso.
—La lastimé, ¿verdad?
Guarda silencio. Y ese silencio me grita la verdad que temo.
—Creo que sí, señor. Pero no tiene la culpa. Es su… problema.
Sonrío, una sonrisa amarga, rota.
—¿Quién tiene la culpa de mi problema? —murmuro—. Nadie entiende…
—Por favor, contrólese. No deseo verlo de esta manera. Usted sabe que no quiero que le pase nada.
—¡Pron