Mi jadeo, esa confesión a quemarropa de que los quería a los dos, fue el interruptor que detonó la habitación.
Félix estaba detrás de mí, sosteniéndome. Luca, a mi lado, sonreía, pero sus ojos ya no miraban mi rostro; estaban fijos en mi cuerpo, consumiendo la imagen de mi piel expuesta.
Apenas un instante después de mi susurro, Luca se inclinó sobre mí. Su mano, que aún rodeaba mi muslo, subió lentamente, rozando el borde elástico de mis bragas.
—Bienvenida a la investigación de campo, tesoro —dijo con una voz tan grave que vibró en la piel de mi abdomen.
Su beso fue voraz, sin preámbulos. Sus labios, con el sabor residual a cigarro y café, se encontraron con los míos con una necesidad urgente que no me dio tiempo a pensar. Era el caos, el fuego, la pasión desatada que siempre había prometido ser. Sus dedos se enterraron en mi cabello, inclinando mi cabeza para profundizar el contacto, mientras su otra mano me sujetaba la cadera, acercando mi cuerpo al suyo con una fuerza que me hizo