Anne estaba en el salón de la mansión, la tarde se tornaba extrañamente silenciosa. El reloj marcaba las cinco y media, y el cielo se teñía de tonos anaranjados y dorados, como si la calma que irradiaba el horizonte quisiera disfrazar lo que estaba a punto de suceder.
La doncella entró con pasos cuidadosos, llevaba en sus manos una bandeja de plata. Encima reposaba un sobre color marfil, cerrado con un simple sello de cera roja. No había remitente, solo su nombre escrito con letra firme y elegante: Anne Delacroix.
—Señora… esto acaba de llegar —dijo la doncella, entregando el sobre con una mezcla de intriga y nerviosismo.
Anne lo tomó con delicadeza, sintiendo que algo extraño la envolvía. Desde hacía semanas, su vida había estado marcada por sombras, secretos y un murmullo constante que parecía acompañarla a donde fuera.
El sobre era pesado, como si la tinta que contenía guardara mucho más que palabras. Lo abrió con cuidado, dejando que sus ojos recorrieran cada trazo.
El mensaje era