Después de mi “sí, acepto”, todo pasó en cámara lenta. Él me besó suavemente en los labios. Yo, en estado de shock, sonreía y asentía como si fuera la novia más feliz del mundo. Alexander me tomó de la mano con firmeza, de forma posesiva. Durante el baile de novios, realicé cada paso con una sonrisa perfectamente ensayada.
En ese interminable vals, su voz me sacó de la burbuja que había creado para desconectarme de todo.
—Es hora de comer, Annie. Luces pálida y no quiero que te desmayes. Debemos abrir el banquete —me dijo con naturalidad.
Solo entonces recordé que tenía hambre. Mucha.
Nos dirigimos a la barra del buffet. Las fuentes decorativas, el montaje... todo lucía majestuoso. Y lo más desconcertante: toda la comida que había elegido en la degustación estaba allí. Volteé a verlo, extrañada. Si bien había platos que a él también le gustaban, la mayoría eran mis favoritos.
Sentí un cosquilleo en el estómago.
Y más aún cuando observé los manteles, la vajilla, las copas… todo era lo