El sol de la mañana se filtraba entre las copas de los árboles, iluminando el bosque con un suave resplandor. Después de la intensa noche y el encuentro con los lobos, el amanecer se sintió como una tregua silenciosa. Wolf, Christina y Sven caminaban en fila, con los sentidos agudizados por el peligro. El aire fresco y el olor a tierra mojada eran un recordatorio de que estaban en una tierra extraña.

Mientras avanzaban, Sven, que iba al frente, se volteó.

—No sé cómo lo lograste, anoche, mi... Wolf —dijo, usando el nombre que el Thane le había concedido—. Pero ahora que estás a cargo, debemos hablar. El camino hacia Veridia no es fácil.

Christina lo miró, sus ojos se iluminaron ante el nombre de su hogar.

—¿Veridia? —susurró, como si fuera una palabra mágica—. ¿Realmente estamos cerca?

—Estamos en el borde de la isla que la protege —explicó Sven—. El mar que ven, no es el mar abierto, es el mar que rodea nuestra tierra. Una tierra con valles verdes y ríos. Una tierra donde la gente vi