El nuevo día no trajo el silencio. Trajo el murmullo de mil voluntades, el crujido de la madera y el sonido de las armas de caza. El claro se había transformado en un campamento militar, y este, en una marea humana que avanzaba. Granjeros, cazadores, ancianos y mujeres se movían como un solo cuerpo. Su fe, que había sido una pequeña chispa, se había convertido en un incendio imparable.
Wolf, que había sido un guerrero solitario, era ahora el corazón de un pueblo. Su vida había cambiado para siempre. Ya no era solo un hombre que luchaba por su reino, sino un hombre que marchaba con la esperanza de su gente. Sus guerreros, antes su sombra, eran ahora los líderes de esa marea. Su experiencia era un escudo que protegía a los indefensos, y su valor, un faro en la oscuridad.
Christina, la princesa de la profecía, la que había unido a los reinos, cabalgaba junto a Wolf. Él no apartaba la mirada de ella. Sentía un llamado constante a protegerla, no solo como la profecía andante, sino como la m