El silencio en la habitación era un depredador. La furia de Wolf era una presencia palpable, más fría y aterradora que la propia noche. Me había ordenado que me desvistiera, pero mi cuerpo se negaba a obedecer, congelado por el terror y la resistencia. No me movería, no le daría la satisfacción de ver mi espíritu doblegado.
Wolf dio un paso hacia mí, la oscuridad de la habitación acentuando su imponente figura. Sus ojos, en la penumbra, eran dos brasas ardientes. Podía sentir el calor de su ira, la tensión en cada músculo de su cuerpo.
—No me hagas repetirlo, Christina —su voz era un susurro peligroso—. No tienes elección.
El miedo me invadió, pero también la rabia. La rabia de ser tratada como un objeto, como una herramienta. Levanté la barbilla, mis ojos desafiantes, a pesar de las lágrimas que amenazaban con desbordarse.
—No seré tuya —dije, mi voz temblaba, pero era firme—. No me usarás para tus fines.
El rostro de Wolf se endureció. Sin dudarlo, dio un paso más y con un movimient