La oscuridad en la celda subterránea era absoluta, un velo pesado que me envolvía y me aislaba del mundo exterior. El aire era frío y húmedo, y el olor a tierra y moho se aferraba a mi ropa. Estaba sola, en una prisión más profunda y oscura que nunca antes.
Freyja se había asegurado de que no tuviera contacto con nadie. Su rabia, alimentada por los celos y la humillación, me había condenado a esta oscuridad. Los guardias apostados afuera de la celda eran un recordatorio constante de que mi libertad era un sueño lejano.
En la soledad de la celda, mi mente se aferró a la profecía de la vieja. Una mujer de mi linaje, un guerrero que unificaría a las tribus. La luna nueva se acercaba, y la idea de ser utilizada para dar a luz a ese guerrero me llenaba de una mezcla de terror y una extraña determinación. No sería un medio, no sería un objeto.
A pesar de la desesperación, no me rendí. Recordé las lecciones de supervivencia de mi abuela, la importancia de la paciencia y la observación. Aunqu