El mensaje corrió como un reguero de pólvora, no en el campamento de Haldor, sino en el corazón del pueblo de Wolf. El mensajero, un joven de ojos anchos y rostro pálido por la carrera, llegó a los restos del campamento de los rebeldes, donde la gente se había reunido, derrotada y desesperada. La noticia era tan simple como un trueno: "El rey vive. La princesa está cautiva, pero no se rinde. Y Grigor, uno de los soldados de Haldor, es un traidor".
Las palabras cayeron como un antídoto sobre la desesperación. El pueblo, que había estado a punto de rendirse, se levantó. Su desesperación se convirtió en un rugido, una fuerza que no podían controlar. La lealtad que habían sentido por Wolf no se había roto; solo había estado oculta bajo el miedo. Ahora, la esperanza era un faro que los guiaba a un nuevo campo de batalla.
Mientras el pueblo se organizaba, Grigor y sus guardias rebeldes se movían en la oscuridad del campamento de Haldor. Su plan era simple pero mortal. Sabían que su traición