El viento aullaba como un lobo hambriento, y los copos de nieve, gruesos y pesados, caían del cielo gris. La huida de Christina y Kael no había comenzado bajo un buen presagio. A las pocas horas de dejar la aldea, una tormenta de nieve los había envuelto, borrando el sendero del río y dejando un manto blanco uniforme sobre el mundo.
—El río es nuestro único guía —gritó Christina, intentando que su voz superara el sonido del viento—. No podemos perder su curso.
Kael, su rostro cubierto por el borde de su capa, asintió. Él, a diferencia de ella, estaba acostumbrado a este clima brutal, pero la ceguera de la tormenta lo hacía tan vulnerable como a ella. La diferencia entre ambos no era solo de cultura, sino de experiencia. Para Christina, cada paso era una batalla contra el frío, la nieve y el recuerdo de la traición de Wolf. Para Kael, era simplemente el Norte haciendo lo que siempre hacía.
—Debemos encontrar refugio —dijo Kael, deteniéndose un momento—. Si nos quedamos aquí, moriremos.