Una felicidad que duró poco
Aitiana
Finalmente habíamos llegado a Italia. El viaje había sido largo y agotador, y mi cuerpo parecía resentir cada segundo de aquel trayecto. Apenas pusimos un pie en la casa, sentí como si el peso del cansancio se multiplicara. Lo único que quería era descansar, cerrar los ojos y olvidar el agotamiento acumulado.
Mi hermana pequeña ya estaba en su habitación, bajo el cuidado de una enfermera que Xavier, mi esposo, había contratado con anticipación. Gladys y la enfermera había estado preparando todo lo necesario para su comodidad y bienestar antes de nuestra llegada. Agradecí en silencio que estuviera allí; me daba cierta paz saber que alguien con experiencia velaba por ella mientras yo me permitía un momento de respiro.
Xavier se acercó a mí y me dio un beso suave en la mejilla. Su presencia siempre me transmitía seguridad y calma, pero ese día me sentía tan agotada que apenas pude responderle con un susurro.
—¿Quieres ver cómo quedó la habitación del