Capítulo 4
Liliana se lanzó a sus brazos completamente emocionada, lo besó con una pasión descarada que me heló la piel. Sentí una incomodidad tan honda que tuve que apretar las manos sobre mis piernas para no explotar ahí mismo. Estaba temblando. Él estaba de nuevo frente a mí… y lo odiaba. No podía sentir otra cosa. Después de usarme de esa forma tan brutal, el odio era lo único que me quedaba para sentir por el. —Mi amor, ella es mi hermana… y mi mamá —dijo Liliana con una sonrisa rígida ocultando su evidente nerviosismo. Xavier tomó la mano de mamá con amabilidad. Luego se acercó a mí… y me ofreció la suya con la frialdad de un desconocido. No había calor, ni un gesto minino de lo que una vez vivimos. Es como si yo fuera una más, otra cara sin historia. —Mucho gusto. Gracias por venir. Es importante para mí hablar con ustedes —dijo con esa voz distante que alguna vez me hizo arder. Tragué saliva, la garganta cerrada la sentía como un nudo. Sentía que me faltaba el aire, pero aún así me obligué a recuperar el control. No iba a quedarme allí viendo lo que podía hacerle a mi hermana. —Nosotras nos vamos —dije, firme. O al menos eso intenté. Liliana me sujetó con fuerza. Me clavó las uñas en el brazo como si al hacerme daño pudiera retenerme. Me miró con súplica, pero yo no podía ceder. —Por favor, no me hagas esto —murmuró, intentando detener mi fuerza. Me solté con rabia, sacudiéndola. Lo miré directamente a los ojos, con todo el rencor que había guardado desde aquella noche. El hotel, la vergüenza, el abandono. Todo volvió en un segundo. —No voy a permitir que mi hermana sea tu concubina. No voy a dejar que la deseches cuando no te dé el hijo varón que seguramente esperas. Mi voz temblaba, igual que mi cuerpo. Pero no era debilidad, era ese frío rabioso que te carcome por dentro cuando te rompen y ni siquiera se disculpan. Quería gritarle todo. Quería escupirle en la cara cada recuerdo, cada pedazo de dignidad que me robó. —¡Yo soy el Alfa! —rugió, y sus colmillos aparecieron con furia. Retrocedí un paso, por miedo y por instinto. Sentí cómo sus guardias se acercaban por detrás, dos Betas listos para defenderlo. Pero yo no bajé la mirada. No esta vez. —Sí, es el Alfa —dije, firme—, pero no es el dueño de mi hermana. Mamá se apresuró a intervenir. Su voz temblaba, igual que la mía. —Por favor, solo escuchemos al Alfa lider… Pero yo no podía escucharlo. No sin que me doliera cada palabra. Cada cosa en esa casa me recordaba lo que me quitó. El lujo, la opulencia, los muros altos. Era como volver a ese hotel, pero ahora con la herida abierta. Nos sentamos a la mesa. Él chasqueó los dedos como si nos estuviera haciendo un favor. Sirvieron comida, pero yo no podía probar nada. El asco no venía de los platos, venía de él. —La oferta es sencilla —dijo con su voz de hielo—. Liliana se quedará aquí como mi concubina principal. Tendrá comodidades, y sus hijos serán legítimos, no bastardos. Lo dijo como si hablara de un contrato comercial. Como si ella fuera una mercancía. No me miró, ni una vez. Entonces lo entendí todo. Para él, yo nunca fui nada. Solo una más. Una Omega cualquiera. Como lo dijo su madrastra aquella vez: “solo otra más que se llevó a la cama”. —No lo apruebo —dije, golpeando la mesa—. Mi hermana puede encontrar un lobo que la respete. —¡Cállate! —gritó Liliana, furiosa—. Lo que tienes es envidia porque seguirás siendo una mesera miserable toda tu vida. Sus palabras me atravesaron. No por lo que dijo, sino por cómo me lo dijo. Como si no fuera mi hermana. Como si todo el amor que alguna vez le tuve se hubiera evaporado. —La decisión solo puede tomarla tu madre —dijo Xavier, con una sonrisa ladina y burlona. La miré, le supliqué con los ojos a Mamá, no repitas la historia. No entregues a tu hija como la abuela fue entregada, no sacrifiques su vida por un poco de estatus. Pero ella asintió. Me levanté de golpe. No podía seguir ahí, no con él tan cerca, respirando el mismo aire, ignorando todo lo que fuimos. Caminé directo al baño con las manos temblando, intentando lavarme el recuerdo de sus ojos sobre mí. Me mojé el rostro. No para despertar, sino para detener las lágrimas que ya empezaban a deslizarse por mis mejillas. No sabía qué sentir. El odio por su traición seguía vivo, pero había más, había celos, rabia, desilusión. ¿Cómo se atrevía a estar tan tranquilo mientras Liliana, mi hermana, se entregaba a él como si yo no hubiera existido? Para él solo fui eso... una aventura. Un cuerpo, una noche que no merecía memoria. Salí, respiré hondo, buscando un poco de valentía en medio de esta situación. —Liliana, por favor… —mi voz salió más frágil de lo que esperaba. Quería detenerla. —¡No te metas en mi vida! —exclamo de inmediato—. Yo tampoco dije nada cuando te comprometiste con Luca —gruñó. Xavier dejó caer su copa, el cristal estalló en el suelo, pero nadie se movió. Sentí su mano en la mía, fuerte en incluso lástima dime, Levantó mi brazo y fijó la mirada en mi anillo, ese anillo barato que me dio Luca con amor. Su respiración se aceleró, y por un momento me dio miedo su reacción —¿Pasa algo mi amor? —Liliana sorprendida de su actitud se acercó. —¿Tu hermana planea casarse? —le preguntó a Liliana, con la voz hecha un gruñido bajo. —Sí, mi amor. Con un Omega tan miserable como ella. Así que puedes estar tranquilo… no será tu vergüenza. Clavé la mirada en el suelo. No soportaba su intensidad. Cada vez que sus ojos me recorrían, sentía como si me desnudara sin tocarme. Como si supiera que seguía siendo suya… aunque me ignorara. —Me caso en un mes —logré decir soltandome de su agarre. Xavier se colocó frente a mí, demasiado cerca. Su aliento quemaba el poco —No te casarás —sentenció, con una calma autoritaria —. Serás la cuidadora de mis hijos como hermana de mi concubina, Y eso incluye votos de castidad. La sangre se me heló. ¿Castidad? ¿Ser su sombra, la niñera de sus hijos con otra mi hermana? —¡No lo haré! —grité, con el miedo en los ojos pero la voz firme. Él no parpadeó. —Entonces, desde hoy, están desterradas de la manada Esmeralda. Tú. Tu hermana. Tu madre, por desafiar las órdenes del Alfa.