Capítulo 5
Liliana lo tomó del brazo con desesperación. Le rogaba en voz baja, suplicante, mientras yo la miraba con una mezcla de pena y rabia. Xavier apretó la mandíbula con rigidez y sin miramientos se soltó de ella como si su contacto le repugnara. —Tienes hasta mañana para decidir —me dijo con ese tono amenazante que los Alfas usaban con nosotros. Lo miré sin bajar la mirada, sin mostrar miedo aunque por dentro estaba temblando. —No te preocupes. Mañana mismo nos iremos de la manada Esmeralda —respondí con la voz firme, tomando la mano de mamá y saliendo con la cabeza en alto de esa mansión que apestaba a poder. Liliana no tuvo otra opción que seguirnos. Caminó tras nosotras como una loba herida, pero no tardó en soltar su veneno. En cuanto estuvimos fuera, comenzó a insultarme, escupiendo cada palabra con odio. —¡Vas a destruir mi futuro! —gritó. —Te quiere como una amante —le respondí sin rodeos. —¡Yo sé que puede convertirme en su Luna! —chilló, furiosa—. Entre nosotros hay una conexión que tú jamás entenderías. ¿Conexión? Claro que la entendía. La conocía bien… porque yo la había sentido primero. Esa noche en que me entregué por completo, esa maldita noche en que le regalé mi virginidad creyendo que sería algo más que un cuerpo pasajero. Por reflejo, llevé los dedos a mi cuello, donde su marca aún ardía invisible… pero viva. Al llegar a casa, mamá colapsó. Como era de esperarse, se vino abajo, llorando sin consuelo, pensando en lo que haríamos sin techo, sin tierra, sin protección. Su enfermedad la hizo tener una crisis —Luca tiene una casa en la manada Mirror —dije intentando sonar fuerte—. Podemos empezar allí de cero. Pero lo cierto era que yo misma temblaba. No quedaba casi nada del dinero del trato. Lo poco que tenía debía rendirme si quería mantenerlas a salvo. Estaba sola otra vez. Me encerré en mi habitación, buscando un respiro, entré a la ducha y dejé que el agua caliente calmara mis pensamiento. Tenía que pensar, organizar, sobrevivir. Xavier no iba a quitarme otra vez lo poco que quedaba de mí. Él no era mi dueño, aunque me marcara como tal. Cuando salí, me la encontré. Sentada en mi cama, temblorosa, con los ojos brillando de rabia. Liliana. —Ya hablamos del tema —le dije, cruzándome de brazos—. Vete a tu habitación. —¡Vas a aceptar lo que Xavier pidió! —gritó de pronto—. No voy a permitir que después de todo lo que hice por conquistarlo me lo arrebates. Liliana rugía como una loba, y pude ver el reflejo de Prisma, su loba interior, mirándome desde la ventana como una sombra a punto de atacar. Ella era una de las pocas Omega con una loba fuerte. Yo ni siquiera tenía una despierta. —Si quieres quedarte con él, hazlo —le solté, sin energía para discutir más—. Pero no voy a dejar que decida si debo o no casarme. Entonces me empujó. Su fuerza me estampó contra la pared, sus manos temblaban de furia. Liliana nunca supo recibir un no, mucho menos de mí. —Vas a aceptar las condiciones de Xavier —gruñó entre dientes—. Y lo harás porque si no… le diré a mamá cuál era tu verdadero trabajo. Me congelé. Sus ojos eran crueles. Ella lo sabía, sabía mi secreto, Aun así, intenté sostener la mentira. —No sé de qué hablas. Solo fui una mesera. Pero entonces levantó su celular y me lo mostró. Un video. Uno de mis en vivos. Yo, masturbándome frente a la cámara, jadeando obscenidades, vendiendo lo poco que me quedaba por unas monedas para sobrevivir. —¿Qué crees que pensará mamá al ver esto? —dijo con una sonrisa podrida—. ¿Ver a su hija convertida en una prostituta barata? —No puedes hacer eso… —balbuceé, sintiendo cómo me desmoronaba por dentro—. Su corazón no va a resistir. Podrías matarla… ¡Lo hice por ustedes! ¡Para que no muriéramos de hambre! Ella no parpadeó. Me dio un golpe seco en el pecho, como si quisiera atravesarme el alma. Yo solo quise ayudar. Quise ser el sostén cuando todo se vino abajo. Quise que mamá tuviera comida, que Liliana tuviera estudios, que no nos apagáramos como velas sin oxígeno pero ahora ella me aplastaba. —Yo también quiero lo mismo —me escupió, con el rostro lleno de soberbia—. Pero lo haré de una forma más decente. Xavier me eligió a mí, me convertirá en su Luna, su reina tarde o temprano y tú no vas a dañar mis planes. Me dio el mismo plazo de 24 horas para elegir entre someterme a su voluntad o decirle todo a mamá. La noche fue una tortura, no dormí. Daba vueltas en la cama como si pudiera escapar de mis pensamientos. Mamá… ella era lo único que me importaba. Llegué a la boutique sin saber por qué. Tal vez era absurdo presentarme a trabajar cuando en pocas horas lo perdería todo, pero necesitaba esa rutina, ese rincón donde fingia aún tenía control de mi vida. El timbre de la puerta sonó con ese tilín metálico, y me obligué a sonreír. Pensé que sería la última clienta en esta manada… pero cuando giré, lo vi. Él. —¿Qué hace aquí, Alfa Xavier? —dije con el corazón latiendo como tambor—. No es bienvenido. Y si vino a presionarme por el destierro, no se preocupe… aún me quedan unas horas. Se quitó los lentes negros con una lentitud que me erizó la piel. Cerró la puerta sin hablar, bajó la cortina metálica del local y puso el letrero de “CERRADO”. —¿Crees que puedes casarte con otro, Afrodita? —murmuró con esa voz grave que solía usar cuando me tenía bajo él, jadeando su nombre. Mi cuerpo se tensó, el lo sabía, sabía quién era yo. —Me llamo Mía… no Afrodita —respondí, nerviosa, pero firme. En un parpadeo, lo tenía encima. Me acorraló contra la pared y su olor me golpeó, Ese aroma salvaje, masculino que aún recordaba, quise moverme, pero sus ojos me sujetaban más fuerte que sus brazos. Se inclinó y me besó el cuello. Justo ahí. Donde hace meses me marcó con sus colmillos. Mi cuerpo tembló, ese maldito recuerdo aún ardía en mi piel. —Mis dientes dicen que eres tú… —susurró contra mi piel— pero es el olor de tu excitación lo que me lo confirma. Cerré los ojos. Intenté no sucumbir, no rendirme. Pero él conocía mi cuerpo mejor que yo misma. —¿Qué quieres? —gruñí, con la voz quebrada—. Ya sé que solo fui una aventura. No voy a dejar que le hagas lo mismo a mi hermana. —Tú heriste a tu dueño —su voz se volvió un gruñido—. Elegiste a otro lobo por encima de mí… y eso se castiga. Me besó, su boca era un pecado delicioso, una condena que me aferraba a el, Me besaba como si quisiera recordarme que era mi dueño. Su mano se deslizó bajo mi falda sin pedir permiso. Y aunque le dije que no, aunque mi voz tartamudeó una negación, mi cuerpo me traicionó. Empezó a humedecerse con su tacto, a rendirse en sus dedos expertos. —Xavier… no —susurré, pero él ya lo sabía. Sabía que estaba cediendo, que mi piel ardía por él. —Tu cuerpo sigue siendo mío, Mía. Aunque tu boca lo niegue. Sus dedos llegaron a mi centro, despacio y húmedos, cada caricia me arrancaba un suspiro, cada roce me devolvía a esa noche en que lo dejé marcarme como suya. Entonces, los golpes en la puerta nos arrancaron del hechizo. —Preciosa… ¿estás ahí? —la voz de Luca atravesó la cortina. Xavier no se movió. Ni siquiera se inmutó. Me miró con una sonrisa torcida, con esa oscuridad encendida en los ojos. —Quizás debería abrirle… —murmuró con maldad—. Para que entienda que tú ya tienes dueño.