Y por si fuera poco los días avanzaron y Jimena seguía sin perdonar. Eso sin duda era frustrante para él, pero seguía sin darse por vencido. Llamadas y mensajes llegaban al teléfono de Jimena y aunque no le respondía, él seguiría insistiendo.
Lo que thiago no sabía era que ya Jimena estaba en un punto donde ya no quería seguir haciéndose la difícil.
La ciudad parecía un tapiz de luces que se encendía y apagaba al ritmo de la noche. Los rascacielos recortaban su silueta contra un cielo en el que las estrellas apenas lograban hacerse un lugar entre el resplandor urbano. El bar elegido por Diana era un espacio de atmósfera sofisticada: paredes de ladrillo visto, lámparas colgantes con filamentos cálidos, y un murmullo constante de conversaciones mezclado con el golpeteo de copas y la música suave de un saxofón en vivo.
Jimena, vestida con un conjunto de seda color vino que delineaba su figura con elegante descuido, se acomodó en la barra mientras el barman colocaba frente a ellas dos co