El lunes amaneció con el cielo despejado, como si el fin de semana no hubiera dejado huellas. Pero Jimena no despertó con la misma claridad. Su cuerpo, aún alterado por el deseo reprimido, se movía con rigidez mientras recorría el vestidor de su mansión, escogiendo con precisión un conjunto negro impecable, como si la formalidad pudiera reemplazar el caos interno.

Una blusa de seda con cuello alto. Pantalones de corte recto. El cabello en un moño tirante. Tacones de aguja y perfume discreto. Todo en ella gritaba control, aunque por dentro… ardía.

Entró a la empresa a las 8:04, como siempre, saludando con un gesto breve. Diana la siguió con su agenda en la mano y una mirada algo tensa.

—Buenos días, jefa —dijo con su tono habitual—. Hoy tiene tres reuniones: una con el equipo legal, otra con finanzas y, al final de la tarde, la presentación preliminar del nuevo sistema de monitoreo digital.

Jimena asintió sin frenar su paso.

—¿Él señor Ríos ya está en su oficina?

Diana dudó medio segun