El sol de la mañana entraba con timidez por los ventanales de la habitación, filtrándose entre las cortinas con una luz dorada que acariciaba suavemente las sábanas arrugadas.
El aire estaba impregnado con el aroma tenue del perfume de Jimena, aún suspendido en el ambiente, como si también se resistiera a dejar atrás la noche anterior.
Jimena se giró entre las sábanas revueltas, emitiendo un suspiro bajo, con la cabeza palpitándole levemente por el licor. Pero no era el ron lo que la tenía descompuesta. No.
Era algo mucho más profundo, íntimo y feroz.
Era el recuerdo.
El maldito recuerdo de esos labios sobre los suyos. De esa boca caliente descendiendo por su cuello como una promesa pecaminosa.
De esas manos firmes que no solo la desnudaron… también le arrancaron el alma.
Abrió los ojos con fuerza, como si así pudiera borrar lo que había sentido. Como si pudiera arrancarse el temblor que todavía recorría su piel como un susurro eléctrico. El cuerpo no miente, se repetía una y otra vez