El sábado cayó con un sol perezoso y un calor cálido, casi cómodo.

Jimena pasó la mañana en su mansión, desayunando fruta con té mientras trataba de convencerse de que no tenía ganas de ir al evento de los empleados.

Mentira.

Había elegido su ropa con más cuidado del habitual: unos jeans ajustados color negro, una blusa color vino con hombros descubiertos, y tacones bajos. El cabello oscuro, corto y perfectamente peinado, enmarcaba su rostro con un aire sofisticado. Un maquillaje discreto resaltaba sus ojos, intensos y dominantes.

No era la Jimena de los trajes corporativos. Era otra. Una más viva. Más peligrosa.

Cuando llegó al club, el lugar era completamente distinto a lo que ella frecuentaba. No había cortinas de terciopelo ni copas de cristal fino. Había música fuerte, risas por todas partes, tragos baratos, y un olor a comida rápida flotando en el aire.

Y justo cuando bajó del auto, otro vehículo se estacionó al lado. Tiago.

Él salió primero, con jeans y camisa blanca arr