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Ni en esta vida, Ni en la otra.

CAPÍTULO 9

EMILIANO FERRER.

NI EN ESTA VIDA, NI EN LA OTRA.

Salí de la casa de mis padres y emprendí el camino hacia mi hogar, ubicado al otro extremo de la ciudad. La ansiedad por llegar y descansar me invadía. Había sido un día de mucha actividad, aunque contara con la invaluable ayuda de mi adorada asistente.

Estar inmerso entre papeles era agotador, pero el fruto de ese esfuerzo bien valía la pena: una empresa próspera que me permitía darme ciertos lujos.

—¡Oh por Dios!, olvidé comentarles a mis padres sobre la invitación al evento. Se me pasó por alto. Aunque estoy casi seguro de que a él le enviaron una a su correo, al igual que a todos los accionistas de la empresa —murmuré en voz alta, mientras seguía atento a la carretera.

La ciudad de Roma a esas horas seguía siendo un hervidero de caos: autos que iban y venían, gente caminando apresurada hacia sus destinos. Ya pasaban las ocho de la noche. Volví a pensar en el evento y decidí comentárselo a mis padres llamándolos o cuando regresara a la mansión. Ese día sería cuando presentaría a mi principessa ante mi familia. La idea de que ella conociera a mis padres me emocionaba profundamente. Nunca antes había llevado a nadie a casa para presentarla como mi novia.

Siempre había sido un hombre reservado, y no podía decir que había tenido parejas significativas; si las hubo, no pasaron de unos cuantos besos. Con Antonella era diferente. Sentía algo que trascendía una simple atracción. El simple hecho de no querer alejarme de ella, de no separarme de su lado, era extraño. Teníamos una conexión, una atracción casi palpable, como si nuestras vidas estuvieran predestinadas, como si una historia ya estuviera escrita por nuestros ancestros y nosotros apenas la estuviéramos viviendo.

Estaba por llegar a mi edificio, donde se encontraba mi penthouse. Una hora de camino en la que la mayor parte del tiempo había pensado en Antonella. Al entrar al estacionamiento, salí de mi auto y subí a casa. No sé por qué, pero después de un día, sin importar cuán agitado hubiera sido, sentía un alivio inexplicable al cruzar el umbral.

Mi casa era mi refugio, mi santuario, mi hogar, y aquí, definitivamente, podía ser yo mismo.

—¡Naniitaaa, ya llegué! —exclamé al entrar.

Vi a mi nana salir de la cocina con una sonrisa radiante. Se acercó a la sala, nos encontramos y la abracé con profundo cariño.

—¿Cómo está la mejor nana del mundo? ¡Te extrañé!

—Ja, ja, ja, qué exagerado eres. Estoy bien, también te extrañé. ¿Y a ti cómo te fue?

Puse mi brazo sobre su hombro y la guié hacia el sofá. Nos sentamos juntos y le conté sobre mi visita a mis padres, sobre Antonella y sobre el trabajo.

—Me alegro de que no te olvides de ellos. A pesar de todo, son tus padres y te quieren a su manera. No te alejes de ellos, eres lo único que tienen.

—Lo sé —dije con resignación.

—¿Quieres cenar? ¿Te preparo algo?

—Sí, muero de hambre. Que sea algo ligero. Voy a subir a mi habitación; necesito un baño. Me quedaré allí, ¿me subes la cena, por favor?

Le di un beso en la cabeza y salí disparado hacia las escaleras, subiendo los peldaños de dos en dos. Ya quería llegar a mi habitación. Una vez dentro, me quité la ropa y la tiré al cesto. Entré a la ducha y permanecí bajo el agua durante media hora. Me envolví en la bata, busqué unos shorts y me quedé así vestido.

Vi mi cena en la mesita de noche. La tomé mientras revisaba mi teléfono. Casi eran las once. Busqué en mis contactos hasta encontrar el nombre deseado: "Hermosa principessa".

MENSAJE…

"Buenas noches, principessa", y añadí un corazón.

Terminé mi cena rápidamente y me entregué a los brazos de Morfeo.

Los días transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos. Hoy era viernes, y estábamos casi al final de la jornada laboral. Mi linda asistente se iría conmigo; la había invitado a conocer a mi nana y mi casa.

Antonella estaba tan concentrada en su trabajo que ni siquiera notó mi presencia detrás de ella. Al sentir mis manos en su cintura, dio un pequeño salto.

—Te he dicho que te ves preciosa cuando estás concentrada en lo que haces y con esa seriedad en tu rostro —le susurré al oído.

—Emiliano, ¡qué susto! Casi me matas de un infarto. ¿Te quieres quedar sin novia?

Solté una carcajada ante sus palabras y la forma en que las decía. Su expresión era un poema.

—De mí no te vas a librar ni en esta vida, ni en la otra. Ve haciéndote a la idea.

Ella se giró, quedando frente a mí. Mis manos seguían en su cintura, y ella colocó las suyas alrededor de mi cuello.

—¿Ah sí? ¿Y cómo piensas hacer para encontrarme en la otra vida?

—Eso todavía no lo sé. Lo que sí sé es que te voy a buscar y no me rendiré hasta encontrarte.

Ella se quedó mirándome, sorprendida e incrédula por lo que acababa de decir. Cuando pensé que no iba a responder, llegó y me dijo:

—Yo estaré feliz esperándote, il mio cuore (mi corazón).

—¡Vamos, salgamos de aquí!

NANA (ANA)

Emiliano me llamó avisando que vendrían con su novia. Me comentó que prepararía algo sencillo, como una merienda.

Me puse manos a la obra, preparando unas galletas de chocolate y otras de coco, un pie de limón, torta de tres leches. Revisé y encontré palomitas instantáneas, unos pequeños bocadillos de queso, gaseosa y preparé zumo de naranja. Luego, puse a enfriar una botella de vino tinto. Creí que con eso sería suficiente.

Hice una revisión general para asegurarme de que todo estuviera limpio y perfecto para la ocasión. Ya estaba preparada para conocer a la mujer que había enamorado el corazón de mi niño Emiliano (aunque ya no era tan niño), pensé con una sonrisa.

Escuché la puerta cerrarse y salí del pasillo, caminando hacia la sala. Allí los encontré, dos pares de ojos que me observaban: unos color miel y otros azules como el mar. Esbocé una sonrisa, y Emiliano tomó la mano de Antonella y se acercó a mí.

—Nana, ella es Antonella Salvatore, la mujer de la que tanto te he hablado. Principessa, ella es mi nana, la mujer que ha estado en mi vida desde que nací.

Ambas dijeron al unísono: —Mucho gusto.

Los tres sonreímos porque sonó como un pequeño coro.

ANTONELLA SALVATORE.

—Un gusto conocerla, señora... Emiliano me ha hablado mucho de usted.

—El gusto es mío. Puedes decirme Ana, nana. Ya eres parte de la familia.

Me quedé sorprendida por la elegancia y el lujo del edificio, similar al de la casa de Emiliano. El lujo se percibía en cada detalle. No solía fijarme en esas cosas, pero esta vez me había impresionado.

Volví de mi ensimismamiento y expresé mi agradecimiento.

—Ella es como mi familia, Antonella es como cualquier miembro de ellos —me dijo Emiliano.

Pasamos a la sala, y Emiliano me invitó a sentarme.

—Siéntete cómoda, esta es tu casa. Pediré que te traigan las delicias que prepara mi nana. Te gustarán tanto como a mí —asentí.

—Gracias por invitarme y traerme a tu casa, que por cierto es preciosa.

—Nada que agradecer. Ve familiarizándote, porque vendrás más seguido.

Emiliano me dejó sola y fue a la cocina. Yo me quedé allí, sintiéndome feliz. Todo iba bien entre nosotros, incluso mejor de lo que había imaginado.

Escuché sus pasos acercándose con dos copas de vino en las manos.

—Celebremos que estás aquí. Salud —dijo con una sonrisa.

—Salud —respondí, tomando mi copa.

Bebimos un sorbo de nuestro vino, y él tomó mi mano.

—Ven, te muestro la casa.

Me enseñó un estudio donde trabajaba en sus diseños gráficos, un espacio pequeño pero suficiente para él. Salimos y me llevó a lo que noté que era su despacho, también pequeño, con una biblioteca, algunos cuadros y adornos, y un escritorio de madera que me gustó mucho. Seguimos caminando y entramos a un gimnasio con algunas máquinas como caminadora, bicicleta, pesas y otras cosas más. "Aquí es donde mantiene ese cuerpo de dios griego", pensé con una sonrisa traviesa. Salimos y subimos a la planta alta. Caminamos por un pasillo y me dijo que tenía tres habitaciones. Ya había visto dos de ellas. Llegamos frente a una puerta y me dijo que era su habitación. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Empujó la puerta y me invitó a pasar. Dudé por un instante, pero finalmente entré. Vi que era más amplia que las demás, con una enorme cama king-size, un ventanal con acceso a una terraza privada, todo un lujo.

Emiliano no me soltó la mano en ningún momento, siempre manteniendo el contacto conmigo. Colocó las copas en la mesa junto a la cama y regresó a mí. Cruzó sus brazos y los posó en mi cintura. Yo coloqué mis brazos sobre sus hombros. Nos miramos y fuimos acercándonos lentamente hasta que nuestros labios se encontraron. Nos besamos con intensidad, con un deseo voraz, comiéndonos el uno al otro. Era un beso que hablaba más de lo que podíamos expresar con palabras. Solo con tocarme, con acariciarme, me hacía sentir que lo deseaba, me calentaba, me excitaba, me enloquecía hasta el punto de perderme y dejarme llevar por la lujuria del momento.

El beso se detuvo, y nuestra respiración era agitada. Podía sentir mi corazón latir con fuerza, al igual que sentía, o incluso más, el corazón de Emiliano.

Venney Mejias

Hola feliz fin de semana.... espero que le agrade la historia por favor me regalan estrellas y pueden comentar. gracias.

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