Estaba paralizada.
Mis pies no se movían, mis labios estaban sellados, mi respiración se volvió leve. Caleb estaba ahí, en medio del Reino del Fuego, rodeado de lobos, ancianos, y sin embargo, parecía cómodo. Triunfante. Como si hubiese estado esperando justo este momento. Como si me estuviera esperando a mí.
—Cariño, ¿por qué tardaste tanto? —me preguntó con esa voz suya, segura, suave y arrogante al mismo tiempo.
¿"Cariño"? Me tomó unos segundos entender que sí, se había referido a mí. ¿Desde cuándo usaba ese tono? ¿Desde cuándo me miraba así? ¿Con esa mezcla de burla y ternura que me desconcertaba tanto?
Me forcé a respirar, y recordé a Leif.
—Rambo —me volví hacia el viejo amigo de mi padre—. Por favor, ayúdenlo. Mi amigo está herido, necesita descansar.
Rambo asintió sin dudar, e hizo una seña a dos lobos cercanos para que se acercaran a Leif, quien apenas podía sostenerse. Me acerqué para acompañarlo un momento, pero una mano tomó la mía por detrás.
Caleb.
—Lo atenderán bien, no