FREYA
El bosque estaba en calma, aunque cada sombra parecía observarnos. El sonido de nuestras patas golpeando la tierra húmeda era lo único que rompía el silencio. Corríamos con fuerza, con un propósito claro, aunque por dentro todo era un torbellino. Leif estaba a mi lado, su pelaje oscuro como la noche contrastando con el mío, blanco invernal como la nieve recién caída. A pesar del caos que llevaba dentro, tenerlo cerca me brindaba una extraña sensación de paz.
Caleb pensó que podía tenerme como su prisionera, encerrarme entre muros dorados y evitar que reclamara lo que era mío. Pero se equivocó.
Aproveché la distracción de los guardias, los movimientos del cambio de turno, y salté por la ventana sin mirar atrás. Leif ya me esperaba en el bosque. Me bastó una sola mirada para saber que iría conmigo. Cuando le conté la verdad, no dudó. Ni una pregunta, ni una queja. Solo corrió.
Escuché el grito de Caleb tras de mí, desgarrado, furioso… pero no me detuve.
Nadie iba a detenerme.
Íbamo