CAPÍTULO 86

CALEB

El calabozo estaba vacío.

Las cadenas seguían ancladas a la roca. El olor metálico de la sangre aún impregnaba el aire, pero Ronan no estaba allí. Había huido… o lo habían sacado.

Leif fue el primero en hablar.

—Debemos irnos. Ya. No tardarán en notar que hemos cruzado las fronteras.

Yo asentí sin discutir. Freya, sin embargo, no se movió. Miraba a su alrededor con el ceño fruncido, como si pudiera ver más allá de los muros, como si todavía esperara encontrar a su padre allí, encadenado y esperando.

—Vamos —le dije con firmeza, tomándola del brazo con suavidad—. No podemos quedarnos.

Cuando salimos de las cascadas, la noche comenzaba a aclarar apenas con el azul profundo del amanecer. La niebla envolvía el bosque como un velo espeso. Pero entonces Freya alzó la vista hacia una pendiente empinada.

—Desde ahí podré ver mejor. Si mi padre huyó, tal vez dejó un rastro —susurró, más para ella misma que para mí.

—Freya —le advertí—. No hay tiempo. Baja de ese risco.

Pero ella ya esta
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