MAGNUS
Los pasos resonaban en los fríos pasillos de piedra, el eco de mis botas golpeando el suelo era el único sonido que rompía el silencio sepulcral de los calabozos. La humedad impregnaba el aire, mezclada con ese hedor agrio a desesperación y abandono. Las antorchas parpadeaban, proyectando sombras largas y temblorosas en las paredes rugosas. No había lugar más perfecto para encerrar a una traidora.
Al final del pasillo, la vi. Ingrid, encadenada a la pared, sucio el cabello y con la piel pálida por la falta de luz. Al escuchar mis pasos, levantó la cabeza con un gruñido contenido, sus ojos centelleando con furia.
—Asqueroso bastardo —escupió, las palabras rebotando contra las paredes con el veneno que destilaban—. Eres un maldito asesino.
Una sonrisa se deslizó por mis labios, lenta y calculada. Me acerqué a los barrotes, sin miedo, disfrutando del temblor en sus manos cuando intentó alcanzarme a través del metal oxidado.
—Me halagas, Ingrid —respondí con voz suave, casi compla