El aire estaba denso y pesado, como si cada bocanada se me atorara en la garganta.
La humedad del bosque se aferraba a mi piel y el frío se colaba entre los pliegues de mi ropa.
Mis pies descalzos pisaban el suelo cubierto de hojas y musgo, pero no sentía dolor, solo una sensación de irrealidad, como si estuviera flotando en un mal sueño del que no podía despertar.
Miré a mi alrededor. Árboles altos y sombríos se alzaban en todas direcciones, sus ramas entrelazadas formando un techo oscuro que apenas dejaba filtrar la luz de la luna. No sabía cómo había llegado allí.
Mi último recuerdo era estar en mi habitación, arropada entre las mantas, cuando un olor dulzón, casi empalagoso, invadió la estancia. Y después… solo vacío.
Un crujido detrás de mí me hizo girar en seco. La respiración se me aceleró, y mi corazón comenzó a latir con fuerza desmedida. Sombra tras sombra, parecía como si algo se moviera entre los árboles, siguiéndome, acechándome. Me giré de nuevo, intentando orientarme